En estos días venideros y los ya pasados, la palabra Turismo de Interior resuena y lo hará en nuestro subconsciente constantemente. Todos tenemos una idea de lo que significa: pueblos, actividades en la naturaleza, trato personalizado y diferente. Eso es lo que, principalmente, transmite esta palabra. Yo, personalmente, como me he criado en el interior, sin turismo, pues observo otras particularidades que los visitantes asiduos (aquellos vecinos que volvían siempre en verano) sí saben reconocer.
Las gentes de pueblo, aunque es verdad que ya está todo más o menos globalizado, aún conservan ciertas virtudes que escasean habitualmente en las grandes ciudades: humildad, cercanía y una naturalidad que a veces se confunde con vulgaridad. Esto ultimo nada más lejos de la realidad.
También existe en los pueblos una cosa llamada tradición: en sus raíces, costumbres y modo de relacionarse con la naturaleza. Esto a veces confunde y extraña al foráneo. ¿Debemos plantearnos lo siguiente: la sociedad urbana esta desnaturalizada? son la gente de pueblo unos bárbaros? sus costumbres ya no son propias del siglo XXI? ¿Estamos preparados para enfrentarnos a ese modo rural de vida?
Ante estas cuestiones caben dos respuestas: una, que el mundo rural cambie, se adapte a lo que supuestamente demanda la sociedad, y dos, que se cree un mundo rural paralelo, lo que el cliente busca y no coincide con la realidad. El turismo rural debe ser más que rutas de senderismo y paseos en barca, que eso esta muy bien, pero los que vivimos en los pueblos no estamos todo el día haciendo esas cosas. El agroturismo, que quiso ser la alternativa, no logró ser consolidado. Es difícil encontrar la auténtica esencia entre tanto intento de desvirtuar y camuflar la realidad.
Estos pensamientos que me asaltan no encontraran rauda respuesta, pues pienso que, si convertimos el mundo rural en una especie de Parque Jurásico, nuestros días de turismo de interior estarán contados.
El turista, visitante, que a fin y al cabo se convertirá en nuestros amigos, debe hacer autocrítica sobre el lugar en el que se encuentra y sus gentes, su forma de vida y con esa actitud, cuando vuelva a sus quehaceres diarios, rodeados del ladrillo y del semáforo, de sus prisas, de sus menús ejecutivos, en fin, de su forma de vida que tal vez no haya elegido. Quizá vea con otros ojos el mundo rural y la auténtica ecología. Para nosotros será un placer convivir con ellos.